En la lineal, irreversible, dolorosamente eterna sinfonía de
los mudos, a cada ciclo, entre muertos y empellones, llega la Navidad: el sudor
de los esclavos que trabajan en una fábrica de placebos se hace más leve, en el
museo de aquelarres y sacrificios, las tinieblas son menos densas, lo
constructores de patíbulos brindan con sidra tibia. Felicidad navideña:
filosofía metafísica que te lleva de ninguna parte a la nada. Augurio del
cordero: donde el chivo expiatorio y el multi-asesino confeso cuelgan de la
misma cuerda. Noche de paz: Como el de un vampiro que desata nudos, como el de
un cirujano borracho, como el del cadáver de un bailarín. Silencio de la
eucaristía en lo alto de la media noche: el parto de cien cocodrilos. Silencio
tras la guerra santa, con sus cruces ensangrentadas por los restos de los
herejes. Silencio a gritos de villancicos hipócritas, anatemas televisivos
vomitando perdones de chocolate, Templos a reventar de culpas, pavos mechados
de cientos de mediocridades por la familia, soledades doblemente sangrantes.
Imprecaciones son lo que te puedo dar en estas fechas, en que se celebra el
nacimiento de ese eunuco dios llamado Dionisio.
Héctor Alarcón