Los electrones parpadean lerdamente en el monitor. El modem está conectado a tantas mil pulsaciones por dolor y no pasa nada. Mueves el mouse dejando un rastro gris sobre la arena del mapa de bytes, tecleas de nuevo su nombre y el eco se disipa entre millones de conexiones. El messenger se mece mudo sobre su fondo acuático. Piensas en enlazarte con una Sibila virtual que invoque a los espectros de la Internet y logre lo que la cibernética no puede aún: traerla a rastras, rendida, implorando que le perdones… pero recuerdas que tu Master-card está sobregirada.
Vuelves a escribir su nombre: arial a 12 puntos: suma de letras que en realidad no significa nada ¡nadie se llama menopauxica_2325! Pulsas enter y te desespera ver sin respuesta a tu grito silente… ella, la intuyes tras las murallas dieléctricas, tan bella como perversa, no te dio siquiera su e-mail. ¿En qué Chat de qué portal se encuentra ahora? ¿Por qué he de volver cíclicamente?, ¿Es acaso un karma con la piel estriada?, ¿Algún masoquismo de espaldas apaleadas? …o una lanza atravesada en esa parte desconocida del alma, situada entre el pericardio y el endocardio?
Desde la otra orilla, un spam calcinado contamina, a ladridos, el respirar de la noche. Hay algo que debes saber y que te evita, algo enraizado bajo la piel y te mira masticando restos de chacales desde el borde del camino. Es algo que está fuera de ti y te devora desde adentro: nos devasta sin sentido.
¿Por qué Eris se tragó la conexión?
¿Qué hacker de qué dimensión juega con tu modem?
Bebes más Pepsi. Mientras sientes su gas arañando tu gaznate, le subes a la rola de moda de un grupo que estará enterrado la próxima semana, te desabotonas el pantalón, suspiras y, desatendiendo a la noche que gira afuera con sus olas de viento oxidado, vuelves al monitor: en Yahoo hay una entrevista con el peor jugador de la liga, en Altavista te regalan al costo maestrías sin primaria, en EsMas.com te exigen que votes por la mujer más puta del mundo. Tú sabes su nombre: lo tecleas por enésima vez y por enésima vez el cursor tilita, aburrido, en el luminoso vacío del monitor.
Un ángel roza los escombros de cierta camioneta, que rumia dolida su cascada alarma, otro ciber-suicida suda los últimos acordes de su biografía y alguien hace el amor (o cuando menos eso cree) con las sifilíticas ventanas de su ordenador.
Mientras los bytes dejan su rastro de luminosas escamas, silente, morosamente, como las antiguas maldiciones, cierto troyano de última generación penetra las murallas de tu disco duro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario