lunes, 21 de enero de 2013


QUIROMANCIA
Héctor Alarcón
Supongamos la palma de tu mano, las líneas que la cruzan, sus destinos fortuitos, sus fajas de luz.  ¿Qué pueden decir? Mentiras, noches violentas, espectros petrificados, Mantras que nos entrecruzan, un estar atados con laurel. 
Supongamos los mares que desbordan por tus dedos: hexámetros imperfectos, rocas asimétricas, súcubos miopes tejiendo el universo. No dicen más que un golpeteo  de lirios adustos, un vaivén de alcatraz altísimo. Braman como si estuvieran vivos, después desaparecen. 
Supongamos las sombras acuáticas del cuello, su concordancia magnética, efluvio, espejo, y más que espejo, confusión. Su aroma ascendente no sabe de palabras, sólo es un deseo rodando tras su propio ripio, hasta arribar a tus alturas ígneas.
Supongamos tu frágil transparencia: ni siquiera geranio, mucho menos rosa, eres fantasma, aparición oxidada, ladrido arrinconado en mi costado. Guardas, envidiosa tras la coraza, las palabras, fronteras, epístolas que podrían absolverme. 
Ahora, supongamos que seguimos vivos

miércoles, 16 de enero de 2013

SOMNIUM


Vi ese sueño otra vez:
En él te pintaba lumínica e intocable,
tenía que construir un cuadro de luz:
pinceladas de dioses extintos,
incienso trazado entre el ramaje,
instante hecho de curvas
cómo ondulante rayo de grafito…
…sombras luminosas que me atravesaban.

Luego, el despertar.
La noche ascendiendo por lo que queda de mi cuerpo:
Llama incolora que crece desde dentro.
Pero volviste:
vestida de alba y ronronear de pájaros:
quieto fluir de la mañana.
¡Tenías que ser de luz!
Y otra vez vino a mí ese sueño.
Héctor Alarcón, enero 2013

jueves, 10 de enero de 2013

DESPERTAR



Desperté sin aliento, otra vez, en un jardín en penumbra, custodiado por estatuas truncas de viejos dioses, con un silencio emperrado en reptar por mis costillas. Desperté de golpe, como si me arrancarán la piel, desnudo de repente, de repente sin manos, sin pudor, con los ojos doblemente desamparados.
El jardín padecía una luz marchita que se arrastraba a golpe de muletas, estaba tapizado de hojas muertas por un otoño desconocido y un par de esperanzas famélicas daban de comer a palomas inexistentes... en tanto yo echaba raíces junto a una fuente hueca, mirando a las nubes girar como serpientes sedientas, a las esperanzas ajarse en su banca hasta volverse ceniza, a la ceniza volverse niños y a los niños correr por la vereda buscando al mar. Vi tigres metafóricos esconderse tras los arbustos, nigromantes vendiendo estrellas usadas, barcos sucios de sangre navegando su retorno, mientras yo, emponzoñado, pétreo, catedralicio, esperaba.
Te esperé hasta que no quedaron fuentes ni nigromantes, hasta que la opacidad se hizo clandestina y el robledal se incendió en su propia ruina. No importaba nada: sabía que llegarías antes de que la oscuridad se tragare mi metro cuadrado de pavimento. Sabía que estabas ahí, en cualquier parte, pensando en mí. Por eso nada importaba. Pero la penumbra final llegó y se engulló hasta tu nombre empozado en la garganta...
Nada importa: tras el inevitable remolino de extinción volveré a despertar sin aliento, otra vez, en un jardín en penumbra...
Héctor Alarcón, enero  2013