ENTRE ELPARNASO Y EL LIMBO
El destino es más sabio
que los hombres… y en su dilatada sabiduría es cruelmente justo. Su justicia
nos desangra, arranca esperanzas con todo y piel, nos deja huérfanos, a veces
hasta de nosotros mismos. Y el literario es el más feroz de los destinos: tras
su mascara de verdugo deja ver unos ojos despiadados, así, sin adjetivos,
gozosos de dejar a ídolos de ayer sin brazos, sepultados, peor: en el olvido.
Claro que muchos de ellos lo merecen: pocos llegan al Parnaso,
ese lugar utópico donde sólo tienen derecho de habitar Homero y Víctor Hugo,
Shakespeare y Dante. Fuera de las murallas del Parnaso está
el limbo, donde todos los demás textos se
pudren. Por eso me conformo: Cuahutemoc Sánchez y todo su hedor, las enmohecidas
neuronas de Paulo Coelho, el
caza-fantasmas Carlos Trejo y todas sus idioteces, bueno, hasta “Señor Hazme
Viuda” de cierta ex candidata más gris que azulada estarán sepultados dentro de
diez años en el mismo cementerio en que ahora están Og Mandino y Von Danikën…
no me preguntéis ¡Oh hermanos! quienes son esos tipejos, hay basura que es
mejor olvidar, sólo os diré que estos eran tan merolicos y tan fraudulentos
como los actuales consejeros de la “superación personal” sí, esos que desde su
cinismo nos venden las recetas para ser feliz: fórmulas para el éxito saturadas
de fen-chui, horóscopos mega-chafas, “buenas vibras esotéricas” y
superficialidad de frases hechas y achatadas por el uso… ¿Cómo dices?, ¿Qué hay
miles que compran y leen ávidamente las zonzadas esas? Eso
es signo de nuestros tiempos: tiempos de soledad y sin brújula, tiempos en que
la mediocridad no sólo ha tomado las casillas electorales y los cinescopios,
sino que penetra, como epidemia, en escuelas y galerías, en la radio y en la religión,
porque, dado que nos vendieron la idea de que el éxito es sólo el económico, TODOS
somos ahora perdedores, porque no hay suficiente dinero para rellenar nuestro
vacío, no hay bastantes horas de tele o el suficiente ruido disfrazado de
música que opaquen los silencios que quedan piel adentro, porque esta sociedad
renunció al espíritu.
Tenemos
hambre o sed y satisfacemos al cuerpo con una torta y un refresco, nuestro
cuerpo pide y lo saciamos, pero nuestro espíritu bufa de hambre y sed y en
lugar de leer a Saramago o escuchar a Bach, lo dejamos morir de inanición. Peor
aún: lo envenenamos con Mausan el caza fantasmas y Belinda la del barrio. Y esto nada tiene que ver con el gusto, sino
con nutrir el interior. Le hacemos fuchi a las enriquecedoras legumbres y nos
hartamos con el veneno de Mac Donalds. Sabemos que los vegetales y los libros y
la gran música son buenos y aún así nos apartamos de ellos, porque estamos ya demasiado
contaminados; discernimos que la comida chatarra, el cigarro y la televisión
nos achatan las neuronas y nos lanzamos sobre ellas, nos gusta la mala vida.
Llenamos de tejidos Adiposos el espíritu, porque DESDE
SIEMPRE nos aferramos a confundir lo que está bien con lo que
nos conviene. Como nos quedamos vacíos de orilla a orilla los que no quieren
que pensemos nos han inventado un montón de sustitutos, que van desde los
video-escándalos de la diputada Trevi y el vedette de Bejarano, hasta esas
llamadas de larga distancia, hasta la meca de la espiritualidad, claro, Miami,
para que Walter Mercado nos ilumine con sus graznidos de ganso. Como hemos
renunciado a buscar eso secreto que realmente somos, nos lanzamos desesperados
a sustitutos chafísimas: lloramos con las paparruchadas indignas de las
telenovelas, los chistes acéfalos de la televisión y --cada diciembre– nos
llenamos de compasión y corremos a depositar nuestro óbolo de culpa social,
apoyando a los pobrecitos de Televisa para que paguen sus impuestos con nuestro
dinero, mediante esa farsa monumental llamado TELETON.
Pero
regresemos al Limbo
de los libros: ese panteón donde quedan muchos miles de libros que no tuvieron
la altura para entrar en el Parnaso. En estos meses me he convertido en
violador de tumbas: ando por esas bibliotecas de amigos y conocidos recuperando
de las telarañas textos y bodrios –de todo hay en la viña del impresor—y me
tropezado con autores doblemente muertos: mientras sus huesos verdean en alguna
fosa, sus nombres hacen lo mismo entre el polvo y las arañas. He conocido a A.
J. Cronin, ¡quien sabe lo que significa la A. J! Pero leí su “Las llaves del
Reino” que rompió niveles de ventas por los años cuarenta y estaba así, miren,
así de choncho, como ese, su otro libro: “El castillo del odio”, he preguntado
y ya están fuera de catalogo. Otra autora que descubrí y que también vendía
mucho es Mary Roberts Rinehart, ella, de la década de los cincuentas, sus
libros: “La Dama Alucinada” (1952) y “Una Luz en la Ventana” (1950), incluso la
editorial, Jackson de Ediciones Selectas,
ya desapareció. El mundo que nos pintaban Cronin y Rinehart era bien lejano al nuestro: como más
lento, como más ingenuo, era un mundo donde tenías tiempo para sentarte largas
horas a leer cómo un magnate del algodón recibía premios por la belleza de sus
caballos. Afortunadamente no había Internet, el fútbol no era el emperador del
mundo y se podía andar por la noche, plagada de grillos y estrellas, con tranquilidad.
Sus novelas describían los tormentosos amores de los aristócratas, pasiones que
parecían existir del otro lado de la barranca al sexo. O, como en “las llaves
del Reino” se nos espeta la hagiografía de un santo que lo da todo y algo más
por su Dios. Sin embargo, creo, aquella
inocencia era falsificada: el mundo apenas había salido de la II guerra mundial
con sus 50 millones de muertos y sus otros millones de mutilados, y esa
inesperada destrucción del 6 y 9 de agosto de 1945 cuando sendas bombas
atómicas cayeron sobe Hiroshima y Nagasaky, desfiguraron la historia para
siempre. Por esa misma época, --1948--
George Orwell escribió una novela hiper-recomendable llamada 1984, texto que le
pareció a sus contemporáneos super-tirada-de-la-cabellera, puesto que en la
novela existía un dictador monstruoso que gobernaba de forma inusitada: se
metía hasta el baño de sus súbditos, por medio de la televisión... desde el
cinescopio les ordenaba qué pensar y qué hacer, como comportarse y como
vestirse, que música escuchar y que idioteces decir... aquel dictador era
conocido como EL GRAN HERMANO, sí, claro, ya lo identificaron el BIG BROTHER,
que más allá del programita enajenante que conducía (jia-jia) la big-decadente
Verónica-micro-Castro, es TODA la Televisión Mexicana: exitoso Aparato
Ideológico del Estado que cumple ventajosamente su objetivo: mantener las masas
en el corral, saturarnos de ideas tan torpes como infantiles para mantenernos
en la adolescencia mental: mientras nos tragamos la basura –ahora más nauseabunda
que hace 30 años—del Chavo del 8, las mentiras anti-científicas y analfabetas
de Jaime Maussan o el evidentemente subnormal Carlos Trejo, que se autonombra
caza fantasmas y vende librejos llenos de excremento mental. También de esa
época son ciertos escritos del filosofo que se negó a recibir el premio Nobel:
Jean Paul Sartre, lean “El Muro” 5 cuentos que nos despeñan ante la decepción
de lo humano y “La Nausea” (novela) donde el hedor nauseabundo que permea todo
el texto es el olor humano y está, claro, esa maravilla que es un “Mundo Feliz”
de Aldous Huxley, que es una crónica adelantada de nuestros días y paremos de
contar.
Arte,
amor, política, conocimiento, revolución, muerte: todos esos temas que quemarón
el cerebro de los filosofos, santos y artistas del pasado, murieron de tanto
ser evadidos por temor a sus consecuencias, desaparecieron dejando tras su
descomposición un vapor, una ventosidad: lo light: eso
que sustituye la sacarina por el algodón de azúcar, lo light es siempre sucedáneo. Lo light,
placebo de la existencia, aliviana el curso de lo real; lo disimula, nos da en
cambio una versión dulzona, ingenua, digámoslo: idiota de la realidad. Lo light
es abreviatura, atajo, esperanza de que se puede salir adelante haciéndole
trampitas a la vida. Cuando toda forma de dominar la realidad deviene ilusoria,
la ilusión deviene única realidad.
Cronin
y Rinehart, fueron el principio, Og Mandino y Cuauhtémoc Sánchez son la
puntilla en nuestro cerebelo, ellos han alcanzado la quinta esencia de lo Light:
la receta fácil para una felicidad artificial, la versión chafa y bobalicona de
la literatura, la versión del mundo según Barbie, pues…
Cronin y Rinehart
escribían para fugarse de ese recién estrenado mundo de la guerra fría, tal vez
dolorosamente incomprensible, por eso, además que nunca bucearon lo
suficientemente profundo como para toparse con la esencia, están hoy enterrados
y olvidados en el limbo de lo light, flotan
desde entonces en el vacío de lo superficial, mientras que Orwell, Sartre y
Huxley, hoy habitantes del parnaso,
se atrevieron a lanzarle al rostro de sus lectores sus apremiantes miedos, ante
un mundo dividido entre dos mega-potencias y con la pesadilla nuclear
ascendiendo desde sus cabezas, sus intensas cavilaciones sobre a donde iba, va
e irá el ser humano, nos alumbran hoy, ellos son ahora, que el futuro nos
alcanzó, los imprescindibles.
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