MIERDA HERTZIANA
Una plaga infecta los países ricos, como
tumor en metástasis, y a emponzoñado hasta la medula a los empobrecidos: es la
bazofia televisiva y la prensa rosa. Día tras día aumentan en las pequeñas
pantallas de países desarrollados, confesiones y confidencias desvergonzadas
así como la más chabacana impudicia en el relato de desamores, adulterios e
infidelidades de todo tipo. Parece que esa corrupción se extiende por
Latinoamérica, y tras el camuflaje de presuntas verdades, se airean miserias
morales y se juntan ante las cámaras esposos, amantes y adúlteros o quimeras
parecidas.
En México, líder de nuevos negocios de cochambre, no
pasa día sin dos o tres programas de mugre y porquería y no me refiero a
mostrar cuerpos femeninos o masculinos ni a plantear cuestiones y problemas
broncos y duros, que legítimos son, pues de mocho no me pueden tachar, sino al
mercadeo de intimidades y a la propagación de inmundicias y miserias morales
que sólo deberían interesar y atañer a sus protagonistas y allegados. Esa
televisión basura, como acertadamente se le ha denominado, tiene su equivalente
en la prensa rosa de antaño, hoy desmelenada, que pasó de publicar reportajes
cursis sobre famosos del cine y la canción, más atisbos de la centelleante y
glamorosa vida de reyes destronados y aristócratas decadentes a hurgar
intimidades y aventar asuntos de entrepierna y alcoba entre presuntos afamados.
Este nuevo género de estiércol televisivo se basa en
despropósitos que impulsarían la carcajada más estentórea sino fuera por su
lamentable patetismo. No es el menor de ellos la elevación a la fama de
personajillos cuyo mérito ha sido aparecer en programas que aireaban
intimidades del estilo de Pig-Brother y Academias similares. Aquellos primeros
programas basura generaron "famosos" que asisten a otros programas en
los que las aburridas vulgaridades de su vida amorosa y sexual son objeto de
simulacros de debate en los que todos gritan a la vez.
La televisión privada ha irradiado porquería con
entusiasmo digno de mejor causa en programas de nombres tan sugerentes como La
Oreja, Ventaneando, Ellas con las Estrellas, En el ojo del Huracán y ese largo
etcétera que vienen arrastrando, donde se tritura el derecho a la intimidad
cuyo respeto y reconocimiento han costado siglos de sangre, sudor y lágrimas.
Pero el negocio de la bazofia prospera. Un
"invitado" normalito, con aparición breve, en España cobra unos 700
dólares; un invitado que acepte que le machaquen de forma notable percibe de
siete a ocho mil dólares y un presunto famoso que pacte que lo destrocen ante
las cámaras, gritando incluso sobre su primera masturbación, se llevará 75.000
dólares. En la prensa rosa, tan perversa como la televisión basura, fotografías
de un supuesto famoso con un nuevo amor, estando todavía en trance de
separación del anterior, pueden significar 600.000 dólares en Europa. Claro,
como siempre en México no tenemos cifras.
¿Y bien, no actúan libremente los que venden su
intimidad y los que la difunden? ¿No se respetan los contratos y se paga lo
pactado? ¿A qué viene el rasgado de vestiduras?, preguntará cualquier líder de
opinión de nuevo cuño, ésos a los que el mundo que sufrimos les parece el mejor
de los mundos. La marcha hacia la barbarie y la división de la humanidad en una
inmensa mayoría empobrecida e infeliz y una minoría obscenamente rica y
despilfarradora tiene que ver con prioridades, con valores y de qué orden de
valores partimos. Y un mundo en el que todo se compra y se vende, un mundo
regido por la falacia de ese ente intangible pero profundamente siniestro -el
mercado- del que todo debe formar parte, incluida la dignidad humana y la
intimidad, es un mundo que camina hacia su destrucción, lenta quizás, pero
seguramente.
Años atrás, distinguidos cabecillas de la llamada
Escuela de Chicago, aquel contubernio puesto en marcha por personajes como
Friedrich von Hayek y su discípulo más aventajado Milton Friedman, teorizaron
sobre las discutibles propuestas de Adam Smith llevándolas a su interpretación
más extrema. El nuevo becerro de oro era el mercado y todo debía formar parte
de él, incluido el comercio de órganos para trasplantes quirúrgicos, la venta
de armas sin limitaciones, la educación, los medicamentos contra el sida...
porque el mercado, ese nuevo Dios, es omnipresente y omnipotente. Con esa
teología del mercado, el dinero deja de ser un medio para convertirse en un
fin. ¿Cómo sorprenderse entonces de que la intimidad y la dignidad se pongan en
venta cuando lo que más interesa -¿lo único?- es la cuenta de resultados?
Y
una aclaración final. Más que preocupación moral y ética al denunciar tanta
bazofia, subproducto neoliberal donde los haya, me mueve una exigencia estética:
Paulo Cohelo y Cuahutemoc Sanchez, Cristina y Laura en América, El chavo del 8
y Walter Mercado, son la quinta esencia de lo Light: la receta fácil para una
felicidad artificial, la versión chafa y bobalicona de la literatura, la visión
fresa del mundo según Barbie, pues… pero más allá de sus millones de
pseudo-libros, más allá de sus miles de horas-caca-aire y sus ganancias de
millones de dólares, allá donde está la gente de carne y alma, empieza la
cultura…
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