Versos barrenadores taladran
incesantemente bajo mi piel, dejan zanjas en mis órganos, fragmentan la cascara
del alma… temores y esperanzas, secretos medievales y asteroides se drenan por
las pústulas purulentas, saturando el aire con hedores parecidos al anatema;
por las heridas se fugan tardes mecidas por la pena y las caricias de mi madre,
la risa dorada de una niña de doce años y mis mejores pinceladas. Siento las
minúsculas mandíbulas de las hordas demoliendo las paredes de mi carne,
viajando por las venas hasta el recodo donde habitas tú, mi amada y secreta
musa, la nunca anunciada, la que ametrallaba a besos en mis sueños, esos que
ahora se están desecado… estúpidamente los doctores me han negado el
tratamiento, aduciendo que nada hay en mis células, que los ejércitos
microscópicos sólo existen en mi desviada mente, pero yo sé que están ahí, los
malditos versos gritan que necesitan más sangre, más glóbulos blancos, más
liquido encéfalo raquídeo… exigen, para no aniquilarme, que los irrigue con la
más radioactiva de las savias: el amor, pero a eso me resisto terminantemente:
prefiero ser consumido por la caterva de
versos, antes de volverme a enamorar: la medicina sería mil veces peor que la
enfermedad.
Héctor Alarcón
No hay comentarios:
Publicar un comentario