viernes, 8 de mayo de 2020
A veces nos posee el imperio táctil de los ciegos, a veces somos el aroma de la libélula asomándose tras las pupilas, otras más un caleidoscopio monocromo en las trompas de Eustaquio...
Atrapados en nuestro laberinto circular privado, tanteamos, ciegos voluntarios, su muro curvo, cifrado, interminable, idéntico a sí mismo, que sólo se busca a sí mismo.
El hilo de plata que nos sale de ese ojo enclaustrado que mal llamamos ombligo, asciende hasta la matriz del aire abierto, donde se ancla en su arena insidiosa; ella sabe eludir nuestras preguntas: ¿qué especie de disparate cósmico somos?, ¿hacia donde puede huir una nave que es su propio puerto?, ¿por qué el cimiento de la realidad es siempre la sinrazón?, ¿dónde está esa mujer cuando mis labios la necesitan?
Tantas preguntas, tanta ceguera.
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