Nunca volveré a mirar al
mar, que es tu imagen de ayer: insondable y profunda, como lo será mañana:
llena de maremotos y duermevelas, imposibles espadas mariposas que emergen de
sus aguas y que explotan, pirotécnicas, en mis sueños. Sabes invadir mi aliento
con un pedazo de tu sombra, sitias mis famélicas esperanzas con un girar de
manos, tiras los muros de la melancolía con una sonrisa. ¡Qué frescas son las
tardes dentro de tu boca, detrás de tus alas de musa, detrás de tus múltiples
sombras!. Hoy vuelvo a tu cuerpo como si fuera mi marítimo altar y bebo tu
aroma de primavera adelantada; no quiero que pase, no quiero que las olas
rueden por tu cadera, ni que se
estanquen en las escamas de mi piel, en la que dejes de ser marejada, calma
chicha, ardiente hielo antártico, calor de mis plazas, refugio de mis
huérfanos… te evito y te encuentro en cada palabra. Miraré la mar mirándose a
sí misma, me sentaré en sus arenas y juntos y en silencio, escucharemos tu voz,
que –otra vez- se diluye como rumor y briza, otra vez. Meciéndome, hamaco las
almas de mis muertos. No duermo, nadie puede duerme sin tu marejada.
Héctor
Alarcón
No hay comentarios:
Publicar un comentario