viernes, 22 de mayo de 2020

NAUTICA

Nunca volveré a mirar al mar, que es tu imagen de ayer: insondable y profunda, como lo será mañana: llena de maremotos y duermevelas, imposibles espadas mariposas que emergen de sus aguas y que explotan, pirotécnicas, en mis sueños. Sabes invadir mi aliento con un pedazo de tu sombra, sitias mis famélicas esperanzas con un girar de manos, tiras los muros de la melancolía con una sonrisa. ¡Qué frescas son las tardes dentro de tu boca, detrás de tus alas de musa, detrás de tus múltiples sombras!. Hoy vuelvo a tu cuerpo como si fuera mi marítimo altar y bebo tu aroma de primavera adelantada; no quiero que pase, no quiero que las olas rueden por tu  cadera, ni que se estanquen en las escamas de mi piel, en la que dejes de ser marejada, calma chicha, ardiente hielo antártico, calor de mis plazas, refugio de mis huérfanos… te evito y te encuentro en cada palabra. Miraré la mar mirándose a sí misma, me sentaré en sus arenas y juntos y en silencio, escucharemos tu voz, que –otra vez- se diluye como rumor y briza, otra vez. Meciéndome, hamaco las almas de mis muertos. No duermo, nadie puede duerme sin tu marejada.
Héctor Alarcón

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